PALABRAS O SENTIMIENTOS

 

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Hasta el mismo Esopo aceptó, de alguna manera u otra, que las palabras necesitaban convertirse en hechos. ¿Pero cómo etendemos la naturaleza y el efecto de un hecho? Diría yo, aprovechando la mente acuciosa y sabia de Juan Carlos Onetti, que en la mayoría de los casos los hechos ocurren sin palabras antecedentes. La única excepción es si el hecho es un voto o una promesa. Hay muchos ejemplos y les dejo tres: 1) Dos autos se chocan en una encrucijada; 2) Un estudiante de la U recibe una nota aceptable por su tesis; 3) Un tren llega más de una hora tarde a la estación.

Los tres son hechos, pero en sí no nos comunican casi nada. Nos hace falta saber las reacciones sentimentales de cada conductor, del estudiante que recibió la nota y cómo se sentían las varias personas en la estación del tren despues de que supieran del atrazo. Pensándolo bien, puede que resulten sentimientos positivos y negativos del mismo hecho.

En lugar de la sabiduría popular (por más antigüa que sea), yo encuentro en las frases de Juan Carlos Onetti la sabiduría atemporal. A primera vista la diferencia que verán les puede parecer insignificante, pero la sabiduría que hallo en ciertas frases de Onetti me asombra:

Porque los hechos son siempre vaciós, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene.

Es verdad; el vacío que es un hecho nunca puede llenarse o formarse de palabras porque la palabra es siempre vacía también.

En cambio, los sentimientos sí tienen forma, y tienen masa también.

Muchos de los hechos suceden al azar, pero sus consecuencias generan respuestas emocionales.

 

 

 

Juan Carlos Onetti Sobre la Fe

80ACF78D-C31E-4CF9-915C-F2CE081BBF1AUn gran don que tenía Juan Carlos Onetti era el de enfurecer a la gente que se jactaba de su superioridad moral. Sin lugar a dudas la siguiente cita tomada de su novela Dejemos hablar al viento es inflamatoria, especialmente para la gente que cree que ya conoce la única real y completa verdad que conlleva el poder de salvar o condenar.

En lugar de profundizar este candente tema aún más, prefiero que el mismo Onetti exprese su, al parecer, radical opinión de la ‘fe’.

Desde muchos años atrás yo había sabido que era necesario meter en la misma bolsa a los católicos, los freudianos, los marxistas y los patriotas. quiero decir: a cualquiera que tuviese fe, no importa en qué cosa; a cualquiera que opine, sepa o actúe repitiendo pensamientos aprendidos o heredados. Un hombre con fe es más peligroso que una bestia con hambre. La fe los obliga a la acción, a la injusticia, al mal; es bueno escucharlos asintiendo, medir en silencio cauteloso y cortés la intensidad de sus lepras y darles siempre la razón. Y la fe puede ser puesta y atizada en lo más desdeñable y subjetivo. En la turnante mujer amada, en un perro, en un equipo de fútbol, en un número de ruleta, en la vocación de toda la vida.

(Onetti, J.C., 2016, Dejemos hablar al viento; Barcelona; Penguin Random House, p.p. 17-18)

Creencias como ésta de Onetti son capaces de airar a quienes basan su fe en una realidad absoluta, algo que Onetti quiso desmentir filosófica y teológicamente.

La mejor expresión de la realidad en términos humanos se encuentra en este ensayo El Humanismo Radical de Juan Carlos Onetti, escrito por Victor Hugo Martínez González:

Ese misterio [de la vida] consiste, para Onetti, en la capacidad humana de reponer un Sentido que la realidad deshace. Donde el individuo concibe lo absoluto, la realidad responde con la finitud y precariedad de toda experiencia; lo que debería ser trascendente se concreta así en un accidentado orden de desengaños. Por esa consciencia de la humana desgracia, Onetti subsana con la ficción el carácter incompleto de la vida, disloca y reinventa lo que sin la imaginación más libre y subversiva sería insoportable.

Para mejor entendimiento de las obras de Onetti, es esencial reconocer este recurrente tema de que el ser humano no tiene capacidad de captar el sentido de cualquier realidad absoluta, y en su defecto sigue una y otra vez aferrándose  a los imperfectos e incompletos sentidos que resultan de este ‘accidentado orden de desengaños.

 

Bolaño: Encuentro de historias culturales

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En mi última entrada puse la cita siguiente tomada de la novela 2666 de Roberto Bolaño, escrita durante los últimos años de su vida. No me acaba de sorprender su intensidad, sus maneras de ser interpretada. Debajo de la misma cita  se encuentran mis interpretaciones sobre lo que Bolaño quiso decirnos en este párrafo.

“Ivánov, un escritor de verdad, un artista y un creador de verdad era básicamente una persona responsable y con cierto grado de madurez. Un escritor de verdad tenía que saber escuchar y saber actuar en el momento justo. Tenía que ser razonablemente oportunista y razonablemente culto. La cultura excesiva despierta recelos y rencores. El oportunismo excesivo despierta sospechas. Un escritor de verdad tenía que ser alguien razonablemente tranquilo, un hombre con sentido común. Ni hablar demasiado alto ni provocar polémicas. Tenía que ser razonablemente simpático y tenía que saber no granjearse enemigos gratuitos. Sobre todo, no alzar la voz, a menos que todos los demás la alzaran. Un escritor de verdad tenía que saber que detrás de él está la Asociación de Escritores, el Sindicato de Artistas, la Confederación de Trabajadores de la Literatura, la Casa del Poeta. ¿Qué es lo primero que hace uno cuando entra en una iglesia?, se pregunta Efraím Ivánov. Se quita el sombrero. Admitamos que no se santigüe. De acuerdo, que no se santigüe. Somos modernos. ¡Pero lo menos que puede hacer es descubrirse la cabeza! Los escritores adolescentes, por el contrario, entraban en una iglesia y no se quitaban el sombrero ni aunque los molieran a palos, que era, lamentablemente, lo que al final pasaba. Y no sólo no se quitaban el sombrero: se reían, bostezaban, hacían mariconadas, se tiraban flatulencias. Algunos, incluso, aplaudían.”

Lo que primero me sorprende de estos pensamientos de Efraím Ivanov es que se encuente cinco veces en este párrafo la frase «un escritor de verdad». Esta repetición está en pleno contraste con la única mención de otros autores –aquella de «los escritores adolescentes». Ahora bien, ¿Qué se puede decir de la diferencia entre ‘un escritor de verdad’ y ‘un escritor adolecente’? Yo veo una clara distinción, una jerarquía inegable en la mente de Ivánov.

B72E2945-7A0C-4D5E-8957-57DA9E206263De acuerdo con este texto el escritor de verdad tenía que ser casi igual que todos los otros escritores de verdad. Los parámetros eran muy restringidos. No había mucha libertad de expresarse porque aquellas normas implicaban una estricta uniformidad.

En los años 40 del siglo XX, Ivánov se nos expone pensando lo que le faltaba a él para que tuviera más éxito en su trabajo de escritor. Creía que necesitaba, «El paso decisivo, el golpe de audacia.» En seguida ocupan sus pensamientos el «. . .joven judío Ansky y sus ideas disparatadas, sus visiones siberianas, sus incursiones en tierras malditas, el caudal de experiencia salvaje que solo puede tener un joven de dieciocho años.» De allí Ivánov sigue para despreciar de una manera u otra a unos diez escritores más, que fueran escritores de ficciones, de poesía, o dramaturgos.

Si buscamos el periodo de los autores rusos de verdad, una opción que me llama mucho la atención, es aquello que comienza con Puskin en los años 30 del siglo 19, junto con Dostoyevsky, Tolstoy, Turgenev, Chekhov.

A partir de 1890, la novela y poesía rusas empezaron a mostrar una predilección por el fermento intelectual que incluye el misticismo, ascetismo, neo-Kantianismo, erotismo, marxismo, apocaliptcismo, nietzscheanismo y otras movimientos combinados entre si en maneras improbables.

Me parece que Ivánov se coloca en la época justo después de los autores rusos clásicos arriba mencionados. Aprovechando su analogía del comportamiento en la iglesia, él mismo admite que no se santigua al entrar —‘Somos modernos”.

Para la gran mayoría de los autores de la época, la novela todavía mantenía convenciones de lenguaje y de la representación de ciertas acciones de los personajes. No se escribieron palabrotas o escenas de expresiones sexuales. Esta convención continuó por décadas después de la época de Ivánov, con excepción de los libros pornográficos disponibles en los mercados clandestinos. En aquella época, los escritores de verdad podían contar con el visto bueno de la iglesia cuando éstos no eran prohibidos y se escapaban del Index Librorum Prohibitorum –Libros prohibidos por la Iglesia Católica.

Ivánov decía ‘Somos modernos’, y nos explica este término diciendo que ya no se santigua al entrar en una iglesia. Nos dice que ya no es, según su propia definición, un autor de verdad. Pero no se ha alejada mucho de ellos; son los jóvenes autores que se han roto con todas las normas y reglas de la escritura de verdad. Son ellos quienes no se quitan el sombrero, y después hacen despreciables disrupciones hasta aplaudir y tirar flatulencias.

Este párrafo de 2666 trata el tema de la evolución literaria, hay muchos componentes de las culturas que ha seguido la misma trayectoría: las religiones, al principio del dogma, los ritos  y las creencias propios y a veces exclusivos, una exclusividad que ha sido motivos de guerras y ejecuciones. Casi todas ya han evolucionado hasta que el dogma, las creencias y los ritos carecen de normas. Se podría decir que cada grupo de fieles (¿Files a qué y a quién?) tiene su religión particular. Al pensarlo bien, lo mismo ha pasado en los campos de la música, los componentes de una ‘buena educación’, la ética, la moral, etcétera.

 

La aguja hallada entre un montón de agujas

Hace casi tres años, mi hijo me regaló un ejemplar de la novela más larga que nunca había leído antes. Soy lector voraz, pero solía escoger novelas de 800 páginas para abajo.

La novela regalada abarca 1104 páginas (edición de Vintage Español) y, desde luego, se llama 2666, escrita por Roberto Bolaño. Ya era aficionado a otras obras de Bolaño, cinco o seis novelas de altísima calidad y de las cuales la más larga (Los Detectives Salvajes) mide un poquito menos de 600 páginas.

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Baste decir que al principio este tomo de 2666 me parecía un desafío insuperable. Pero después de haber leído varios relatos e historias sobre esta novela, en junio de este año decidí leerla sin importarme cúanto tiempo me fuera a exigir.   ¡Gracias, mi hijo; gracias, mi esposa; gracias, Roberto Bolaño por haberse unido para que yo pudiera disfrutar este libro tan importante en la literatura mundial!

Tengo mucho que comentar sobre esta novela, así que ésta es la primera entrada qué escribiré al respecto. En total, creo que publicaré unas cinco entradas más, cada una con una perspectiva distinta.

Entre tanto, los dejo con esta cita, que comienza en la página 892 y termina en la 893. En esta época de la novella, Ivánov es un escritor, y nos ofrece este comentario de lo que es un escritor de verdad. Yo encuentro mucho más entre ringlones. Y ustedes, ¿Qué opinan?

Para Ivánov, un escritor de verdad, un artista y un creador de verdad era básicamente una persona responsable y con cierto grado de madurez. Un escritor de verdad tenía que saber escuchar y saber actuar en el momento justo. Tenía que ser razonablemente oportunista y razonablemente culto. La cultura excesiva despierta recelos y rencores. El oportunismo excesivo despierta sospechas. Un escritor de verdad tenía que ser alguien razonablemente simpático y tenía que saber que no granjearse enemigos gratuitos. Sobre todo, no alzar la voz, a menos que todos los demás  la alzaran. Un escritor de verdad tenía que ser alguien razonable tranquillo, un hombre con sentido común. Ni hablar demasiado alto ni provocar polémicas. Tenía que ser razonable simpático y tenía que saber no granjearse enemigos gratuitos. Sobre todo no alzar la voz, a menos que todos los demás la alzaran. Un escritor de verdad tenía que saber que detrás de él está la Asociación de Escritores, el Sindicato de Artistas, la Confederación de Trabajadores de la Literatura, la Casa del Poeta. ¿Qué es lo primero que hace uno cuando entra en una iglesia?, se pregunta Efraím Ivánov. Se quita el sombrero. Admitamos que no se santigüe. De acuerdo, que no se santigüe. Somos modernos. ¡Pero lo menos que puede hacer es descubrirse la cabeza! Los escritores adolescentes, por el contrario, entraban en una iglesia y no se quitaban el sombrero ni aunque los molieran a palos que era, lamentablemente, lo que al final pasaba. Y no sólo no se quitaban el sombrero: se reían, bostezaban, hacían mariconadas, se tiraban flatulencias. Algunos, incluso, aplaudían.

Permanencia literaria

A los seguidores a quienes les gusta leer, por favor lean lo siguiente, escrito por la autora Jacinta Escudos, y dejan sus comentarios si les nace hacerlo. Muchas gracias, Richard

Jacintario

Hace pocos años, en uno de mis talleres de narrativa, le di de leer a los participantes algunos cuentos de El llano en llamas, del escritor mexicano Juan Rulfo. Varios son joyas del género y suelo usarlos para ejemplificar la efectividad del uso del diálogo, la descripción y la creación de ambientes mediante la sobriedad del lenguaje.

Pero cuando tocó discutir los cuentos, noté que algo pasaba. Pocos habían leído o terminado de leer los cuentos. Por fin, algunos participantes confesaron que les aburrió Rulfo y que querían leer cosas que tuvieran más relación con el tiempo actual.

Recordé mis días de colegio. De pronto me sentí como alguno de aquellos profesores que nos obligaron a leer textos que nos aburrían y que para muchos implicó el alejamiento definitivo de la lectura. Muy de vez en cuando, alguna de esas lecturas obligadas me impactaba y pasaba a formar parte de…

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