Y seguimos con Bolaño. Continúo el comentario que empecé en mi última entrada.
Con excepción de Pong, nunca en la vida he jugado videojuegos. Lo poco que sé es debido a haber oído a mis hijos hablar de ellos. Un aspecto que intensifica el entusiasmo de los jugadores son los huevos de Pascua (inglés: Easter Eggs), una suerte de premios que los creadores de los juegos encastran en el software para que los jugadores astutos puedan sacar más provecho de su juego. Son difíciles de encontrar e identificar; parecen poca cosa, pero aguardan la posibilidad de más horas de diversión.
Sin duda Roberto Bolaño nos deja varios huevos de pascua en su novela Los sinsabores del verdadero policía (Anagrama, 2011). Primero, revisemos el contexto del autor durante el desarrollo de esta novela. Es fascinante la carrera de la creatividad artística contra el tiempo que exponen los últimos años de su vida. Bolaño comenzó a escribir esta novela en 1985, pero no la había acabado antes de su muerte en 2003. Supo de su grave enfermedad hepática en 1993 y en el anunciamiento del lanzamiento de 2666, otra novela póstuma de Bolaño, la revista Semana nos explica lo siguiente:
Desde que se enteró, en 1993, de que sufría de una grave enfermedad hepática, este chileno se dedicó a escribir contra el tiempo: Bolaño era consciente de que su cuerpo no lo acompañaría hasta donde su fuerza creativa lo podía llevar.
Su afligido cuerpo iba a truncar la plenitud de creatividad que su ser contenía. ¿Cómo habría respondido este dotado autor a tal nueva?
De allí, los juevos de Pascua. Específicamente, en la Parte IV de Los sinsabores del verdadero polica, bajo el título de J. M. G. Arcimboldi, Bolaño interrumpe el flujo de su narrativa para dedicar cuatro breves capítulos a siete novelas escritas por Arcimboldi, un autor ficticio que ya había aparecido en otras obras de Bolaño, inclusive la muy reconocida y premiada 2666. Segun la historia de este personaje, Arcimboldi era el seudónimo de, otro autor ficticio, Hans Reiter, y había ganado fama en el mundo literario y después simplemente se esfumó. No solamente nombró estas novelas, también incluyó las editorales, fechas de edición, y una reseña de cada una.
Mi pregunta, basada en nada más la corazonada de un lector voraz, es: ¿En qué pensaba Bolaño cuando decidió incluir tantos detalles de obras inexistentes?
Estamos hablando de un escritor obsesionado por su arte. Para mí es fácil creer que había tenido, en varios estados de desarrollo, ideas y bosquejos para otras obras en el futuro. Pero ya tenía que aceptar que lo poco de vida que le quedaba no fue suficiente para llevar estas obras a cabo. Intentando ponerme en su situación, me hubiera gustado publicar de manera encubierta mis proyectos que ya no era capaz de llevar a cabo , para que siempre quedara duda al respecto. Abajo les dejo un ejemplo citado directamente de esta novela.
El Bibliotecario (Gallimard, 1966, 185 paginas)
El protagonista se llama Jean Marchand. Es joven, de buena familia y quiere ser escritor. Tiene un manuscrito, El Bibliotecario, en el que trabaja desde hace tiempo. Una edirorial en donde es posible adivinar a Gallimard, lo contrata como lector. Marchand, de la noche a la mañana, se ve sepultado bajo de cientos de novelas inéditas. Primero decide postergar su libro. Luego decide abandonar sus pretensiones literarias (al menos la práctica, si no la pasión) y dedicarse a la carrera de otros escritores. Se ve a sí mismo como un médico en un leprosario de la India, como un monje entregado a una causa superior.
Lee manuscritos, mantiene largas entrevistas con los autores, los aconseja, los llama por teléfono, se interesa por su salud, los presta dinero, pronto hay un grupo de unos diez que puede considerar algo propio, obras en cuya elaboración está implicado. Algunas, pocas, se publican. Hay fiestas y proyectos. Las otras, imperceptiblemente van engrosando una colección de manuscritos inéditos que Marchand guarda celosamente en su casa. Entre esos manuscritos ajenos, su novela El Bibliotecario, inconclusa y perfectamente mecanografiada, bien encuadernada, una belleza entre originales manoseados, borroneados, arrugados, sucios; un manuscrito hembra entre manuscritos machos. [. . .] Su prestigio en la editorial, como no podría ser menos, va en aumento. Ha recomendado la publicación de un joven escritor que es el éxito de la temporada, [. . .]
Con el tiempo uno de sus escritores se suicida. Otro se pasa al periodismo. Otro, con recursos, escribe una segunda y una tercera novela que sólo Marchant leerá y elogiará. Otro publica en una editorial de provincia. . .
Este resumen continúa por una página más, adelantando una trama bolañiana y más detalles que en, su unidad, podrían imaginarse reseña de una novela inédita. Pero recordemos lo que el mismo Bolaño dijo sobre Los sinsabores del verdadero policía:
. . .Ochocientas mil páginas, un enredo demencial que no hay quien lo entienda».
En mi opinión, su reseña de El bibliotecario, novela cuyo registro sólo lo está presente en los textos de Bolaño, nos presenta ese otro «enredo demencial» que realmente quiere tanto despistarnos como ubicarnos. Quien lea esta reseña por completo se enfrentará con una mezcolanza de información que en su totalidad «no hay nadie que la entienda». Es como ir a un restaurante y tener que lidiar con una carta que te restringe a una opción de ensalada de la Columna A, dos entradas de Columna B, o una opción de Columna B y otra de Columna C. Ese imposible seleccionar todo, entonces: ¿Qué incluir? ¿Qué dejar por fuera?
A mí me parece que Bolaño aprovecha la encrucijada de la proximidad de su muerte para tomarnos el pelo; es decir, para dejarnos un legado poco entendible y característicamente demencial.
Creo que le urgía compartir sus ideas sobre futuros proyectos. Pero él mismo no contaba con el tiempo necesario para refinar todas las posibilidades de cada proyecto. Así que nos guiñó y dejó todo, esperando que nadie fuera a divisar los huevos de pascua dentro de los siete batiburrillos indescifrables.
Los dejo con las palabras del mismo Bolaño, refiriéndose a Los sinsabores del verdadero policía:
El policía es el lector, que busca en vano ordenar esta novela endemoniada.