El Gozo de Leer

Si me preguntan, ¿En que consiste una buena obra de ficción?, diría que la mido sobre dos dimensiones: 1) el estilo fluido de escritua que mete al lector en un sueño que nunca sea interrumpido por afectaciones o tropiezos del autor (por ejem. Salon de belleza de Mario Bellatín); y 2) otro estilo más cerebral que detiene el lector a lo largo de su lectura porque llega una frase tan memorable que hay que ponderarla antes de volver a leer lo que la sigue (por ejem. Estrella distante de Roberto Bolaño).

Terminé de leer Éstrella distante esta mañana poco después de desayunar. En el último capítulo el narrador viaja en tren por las afueras de Barcelona con el detective chileno Abel Romero, «uno de los policías más famosos de la época de Allende». Éste comienza a hablar de lo que piensa hacer cuando reciba su considerable pago por el trabajo que los dos  llevan a cabo juntos. Dijo  que sería «empresario de pompas fúnebres», y siguió enumerando las cualidades indispensables del buen director de funeraria. Ahora pasa a lo rentable que puede ser este negocio:

En los ataúdes la ganancia puede llegar a ser del trescientos por ciento. Tengo un compadre en Santiago de los tiempos de la Bridaga que se dedica a hacer sillas. Le hablé el otro día por teléfono del asunto y dijo que de las sillas a los ataúdes hay un solo paso.

Obviamente me eché a reir. A carcajadas primero, pero de golpe las misma palabras me hicieron reconocer mi condición de peregrino sobre esta tierra.

«De las sillas a los ataúdes hay un solo paso.» Concluí con cierta ansiedad que esta frase se realiza más fácilmente en su sentido figurado que en su sentido literal. En el taller, no hay un solo paso que convierta una silla en un ataúd. Dele este trabajo a cualquier carpintero y le dirá que la idea es absurda. Mejor empezar con tablas.

Pero en su sentido figurado, es posible estar sentado en una silla en un momento y estar listo para el ataud en el otro. Ya lo había visto. Sé a ciencia cierta que sucede.

El primer trabajo que conseguí después de graduarme del colegio fue en el departmento del registro de acciones en un banco internacional en todo el centro de Chicago. Un día para almorzar bajé a la cafetería en la planta baja del edificio, pasé por la fila y comencé a llevar la bandeja a una mesa con sillas disponibles. De repente, hubo un ruido, un ruido que no solamente se oía sino también se sentía debajo de los pies sobre el piso de concreto. Un hombre, de camisa blanca y corbata rayada, tambaleaba sobre su silla mientras ésta daba unas vueltas en forma de arco. Después se cayó y dejó de temblar. Todas las personas cercanas formaban un círculo alredador de él, pero a una distancia amplia. Con ganas mórbidas de presenciar todo pero sin suficiente proximidad para ser contagiadas.

La muerte en todas sus formas: temprana, tarde, imprevista, anhelada, inevitable, esperada, reconfortante, espeluznante y más que nada, caprichosa.

«De las sillas a los ataúdes hay un solo paso.» Se ríe primero y se contempla después.